Con la boina puesta

Publicado: noviembre 14, 2008 de elvenbyte en Musa Inquieta

Con la boina puesta

Con la boina puesta

Hacía un frío de mil demonios en Bejoruelos, tanto que caían chuzos de punta. La nieve aquella madrugada había teñido de blanco las casitas de cal y ladrillo viejo. El humo de las chimeneas, en esa hora de la tarde, se confundía con el gris negruzco del atardecer tempranero del pequeño pueblo de montaña.

Sebastián se arrebujaba en su viejo abrigo de lana mientras caminaba sin prisas hacia La Casucha del Quinto, el bar donde pasaría, como cada día desde hacía cincuenta años, un rato con sus amigos, compartiendo sus bebidas, unas fichas de dominó quebradas por los años, y un rato de charla banal.

La Casucha del Quinto estaba en la parte más alta de la Calle Mayor, cuyo nombre no la hacía más ancha que las demás, ni más estrecha tampoco, pero era la Mayor porque cabían los carros anchos cuando él era joven. Y también porque desde el final de la calle se podía ver la mayor parte del pueblo, con el campanario y las banderas del consistorio. Que tampoco es que hubiera mucho que ver, total para no más de trescientos habitantes de aquel entonces. Pero ahora si llegaban a la mitad igual estaban contando de más.

Cuando Sebastián abrió la puerta transparente del bar, sintió un agradable calorcillo en la cara. Se dio prisa por entrar, pateó un poco los pies mientras colgaba el abrigo y la bufanda en la percha de madera, y se desenroscó un tanto la boina, sin llegar a quitársela.

Nas tardes, Paulino.

-Hola Sebastián -le contestó el hijo del Quinto, actual dueño de la Casucha, mientras descorchaba una botella de vino malo para Sebastián y los otros tres contertulios que no tardarían en llegar.

-Qué bien se está aquí, tú.

-Encendí la estufa hace un ratico.

-Es de agradecer, Paulino -dijo Sebastián-. Con este frío te se hielan las ideas.

-Y que lo digas.

Sebastián apuntaba con mala letra los nombres de sus amigos en un trozo de cartulina que había sido el envoltorio de un cartón de Ducados unos días atrás, imprescindible para la partidita. Cuando dejó sobre la mesa el lápiz de carpintero, rojo y azul, se abrió la puerta. Venían los tres juntos, el Celes, el Fresco y Tomasín, abarrullándose para colgar sus abrigos y bufandas en la misma percha. El Celes y Tomasín se sentaron en sus sillas junto a Sebastián, mientras el Fresco se frotaba las manos frente a la estufa de cáscaras de almendra.

-Qué frío hace -dijo el Fresco.

-Será por eso que le llaman así -dijo Tomasín riéndose y echándole un trago a su vasito de vino.

-Más frío tengo yo -contestó el Celes-, que me paso el día en la carnicería, con los bichos muertos.

-Acuérdate mañana de lo mío -le dijo Paulino desde la barra.

Mañá te lo traigo, sen falta -le contestó el Celes.

Paulino encendió la tele que había en la esquina de la percha con un mando a distancia escayolado con celo para sujetar las pilas, mientras Tomasín movía las fichas del dominó antes de que cada uno cogiera las suyas.

La tele era una Phillips que había comprado el Quinto, cuando aún vivía, pero la señal llegaba muy mala a Bejoruelos. No había repetidores tan alto en la montaña.

-Apaga eso, Paulino -le dijo Sebastián-, que bastante nieve tenemos ya fuera.

El hijo del Quinto le hizo caso encogiéndose de hombros. Cogió una silla de otra mesa y sentó con ellos a mirar cómo jugaban.

-¿Os habéis enterado de lo de la Roja? -dijo el Fresco encendiéndose un pitillo arrugado y recolocándose las fichas, todo a la vez.

-¿Qué Roja? -preguntó el Celes.

-La Vicenta, la del panadero. Dicen que ha sío el cáncer ese.

-Pobrecilla, con lo que duele eso, ¿no?

-Pobre Juanito, que se ha quedado solo, con lo mayor que es.

-Esta mañana estuvo por aquí -dijo Paulino-. Dice que igual cierra la panadería. Que no le da casi, con lo de la crisis y eso.

-Eso de la crisis no es más que una excusa -dijo Sebastián, haciendo sonar una ficha sobre la mesa.

-Que no, que no -contestó el Celes-, que yo también lo estoy notando. Sobretó desde que pusieron el súper ese detrás de la gasolinera.

-Pero Celes -dijo el Fresco-, si el súper lleva ahí toda la vida, como quien dice.

-Bah, yo sé lo que me digo.

-¿Y en qué lo has notado, Celes? -preguntó Paulino, por pincharle-. No será en que vendes menos carne, que sé que vendes la misma.

-¡Pero todo está más caro, leñe!

-Señores, no me se enfaden -dijo Tomasín-, que no es cosa de que nos quitemos el frío a mamporros.

-Siempre están igual y luego tan amigos -dijo Paulino, dándole la vuelta a la silla y apoyando los brazos en el respaldo.

Sebastián puso ficha y levantó la vista hacia la ventana.

Paece que vuelve a nevar.

-Así estaremos hasta la primavera, me lo dicen los huesos -dijo el Fresco, apagando el pitillo-. Dominó. Me voy pa casa que tengo que echar unos leños en el fogón pa esta noche.

Cuando todos se hubieron ido, Paulino apagó la estufa, cerró la puerta de la Casucha del Quinto, y rezó para que aquellos vejestorios volvieran otra vez al día siguiente. Al fin y al cabo eran los únicos clientes que le daban un poco de vida al invierno.

comentarios
  1. Di dice:

    Es que al final todos somos animales de costumbres…

    Por cierto, muchas gracias por las cosas tan bonitas que dices de mi blog y por hacerme publicidad entre tus conocidos.

    Un saludo

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  2. Casandra dice:

    La verdad es que el invierno es una estación triste, y más en algunos lugares. Es un motivo por el que yo necesito vivir en una ciudad: no ver gente por las calles me produce una sensación de soledad que me asfixia. Si viviera en una aldea estaría deprimida perdida.
    Por cierto, qué casualidad, acabo de escribir un post relacionado con una boina, JAJAJA!!

    Un abrazo!!! ^_^

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  3. Clara dice:

    Muy bien narrado. Quedé con muchas ganas de leer más.

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  4. Belén dice:

    Qué bonito, David! porque son las historias de las costumbres en los pueblos, los de la tasca y los anemigos, amigos de toda la vida!

    Besicos

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  5. Azusa dice:

    Jejeje, me recuerda mucho al pueblo de mi padre y a sus habitantes…

    Como dicen en los comentarios, esa soledad de los pueblos para vivir siempre así me deprimiría, pero también es cierto que a veces la echo de menos, me encantaba la sensación de andar sola por las calles con el viento frío de Soria dándome en la cara…

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  6. elvenbyte dice:

    Di: De nada 🙂
    Casandra: Lo sé 🙂 , pero es casualidad, lo prometo.
    Clara: Pues ven más a menudo y te llevarás gratas sorpresas.
    Belén: Así es amiga. Besos para ti también.
    Azusa: Pues no te puedes imaginar lo que yo lo estoy echando de menos.

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  7. Nanny Ogg dice:

    Leyendo esto me reafirmo: soy una urbanita incapaz de vivir en un pueblo. Debe ser que es porque nací en ciudad y he vivido toda mi vida en ciudad que no siento esa nostalgia del pueblo 🙂

    Eso sí, el relato me ha encantado.

    Besos

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  8. elvenbyte dice:

    Nanny Ogg: Son formas de verlo. Mi madre opina lo mismo que tú, salvo que ella sí ha vivido en un pueblo. Besos.

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